Nuestro camino monástico se fundamenta en lo que llamamos los cuatro columnas o pilares de la “mesa” benedictina:
- La oración es el corazón de nuestra vida. En primer lugar, la Eucaristía es el centro y la cumbre de cada jornada. Además, parte esencial de nuestro servicio a Dios dentro de la Iglesia es el cantar de la Liturgia de las horas: maitines, laudes, mediodía, vísperas y completas (y vigilias el sábado por la noche). Se añaden los momentos de oración personal o de adoración, la lectio divina y el deseo de vivir todo el día en la oración permanente, esta unión al Señor que no impide, sino que ilumina la atención constante al prójimo.
- El trabajo es parte íntegra de nuestro quehacer cotidiano, haciéndonos hermanos /as de todo ser humano en el mundo. En la medida de lo posible, lo realizamos en silencio, favoreciendo así en nosotros/as la oración permanente.
- La acogida: La Regla (RB 53,1) lo enseña claramente: “Se recibirá a todos los huéspedes que llegan al monasterio como a Cristo mismo”. Con gozo damos la bienvenida y acogemos a cualquier huésped que se presenta a nuestra puerta, buscando a Dios, conscientemente o implícitamente, “especialmente a los pobres y peregrinos”. Para nosotros/as, cada visita es gracia de Dios.
- La vida fraterna: La vida de nuestra comunidad monástica mixta es impregnada de amor fraterno. Se trata de respetarse y soportarse mutuamente, con una paciencia sin límite, cada uno/a con sus debilidades y enfermedades del espíritu y del cuerpo, pero amándonos de corazón, ayudándonos y asistiéndonos mutuamente. Allí está el verdadero criterio del camino espiritual: “El que dice que ama a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso”.