LOGO LOGO

Monasterio Benedictino de la Resurrección

Ñaña - Lima
Chucuito - Puno
Peru

Nuestra Historia

En contar nuestra historia, no insistiremos, aquí, en la larga tradición benedictina que remonta a los siglos 5 y 6. Pero, sí, remontemos a nuestro monasterio fundador en Bélgica. El priorato de Wavreumont, en los bosques de la Ardennes belgas, fue “refundado” en 1950 por los monjes benedictinos de la abadía de Mont César en Lovaina. Un pequeño grupo de “monjes rebeldes” quería romper con el monaquismo aristocrático e intelectual que era vigente desde casi un siglo en Europa, y volver a los orígenes campesinos, austeros y sencillos del monaquismo.

Con este deseo, decidieron “refundar” las viejas abadías de Stavelot-Malmédy. Estas habían sido creadas, casi simultáneamente, por un aventurero monje misionero, venido de Aquitania, Francia (San Remacle) en el siglo 7. Después de un primer intento fallido en una región pagana e inhóspita, San Remacle pudo fundar finalmente sus dos abadías vecinas, bajo un solo abad. Ambas fueron destruidas en la revolución francesa.

En los años 60, fiel a sus inquietudes fundacionales, la comunidad de Wavreumont (una colina entre Stavelot y Malmedy) quiso responder al llamado conciliar de Pablo VI de ir a fundar en lo que, en aquel entonces, se llamaba el “Tercer Mundo”. Pero la fundación debía, a su vez, ser fiel a las intuiciones de su “madre”. De allí, de entrada, en 1967, la opción de insertar el monasterio en medio de una realidad de gran pobreza.

En estos 50 años, desde la fundación, pasó mucha agua bajo el puente sobre el Rimac en Ñaña, muchas inundaciones y muchos terremotos, no sólo naturales sino también, y sobre todo quizás, espirituales e ideológicos. Profundamente solidaria, hasta hoy, con la Iglesia en su compromiso preferencial con los pobres, formada a la sombra de la teología de la liberación, la comunidad pasó por los entusiasmos y las crisis de sus amigos y amigas. Pueden consultar al respecto, en esta web, el libro “La Terquedad de Dios”, editado para el jubileo de nuestra familia benedictina. Descubrirán una historia movida, atravesada por auroras y esperanzas, pero también por errores y pecados, perplejidades y fracasos. Hasta que, en un momento de profunda confusión, tuvimos que cerrar el proyecto monástico en 1979, con la tristeza que deja el “aborto” de una utopía.

Pero era sin contar con la “terquedad de Dios” que se manifiesta siempre a través de los pobres. Nuestros amigos de la Iglesia, pero también y principalmente, los pobres de nuestros barrios, insistieron tercamente durante muchos años para que volviéramos. Hasta que la comunidad de Bélgica decidió intentar algo, de nuevo. En 1984, 1986 y 1988, un equipo de monjes-exploradores se insertó, por unos meses, en casas del barrio de Ñaña Finalmente, se hizo una experiencia larga en la comunidad campesina de Escallani, a la orilla del Titicaca, para ensayar una nueva forma de vida contemplativa monástica. En cada uno de estos pasos, nos acompañaron amigos y amigas: en Ñaña nuestra hermana Evelin Bloch y la comunidad Montfortiana, en Escallani Mons. Jesús Mateo Calderón (obispo de puno) y el padre Manuel Vasallo (estos dos últimos ya en la casa del Padre).

Al cabo de estas “visitaciones”, el desafío de volver de verdad se imponía. Los monjes decidieron reabrir prudentemente en 1991 la fundación de manera indefinida. Escogieron, esta vez, la Iglesia Surandina como nuevo lugar de implantación, invitados por los obispos de Juli (Mons. Raymundo Revoredo) y Puno (Mons. Jesús Mateo Calderón). Pero, en este preciso momento, el Perú pasaba por una crisis social y política muy profunda: el auge de la guerra interna entre Sendero Luminoso y las Fuerzas Armadas por un lado  y, por el otro, la dramática epidemia de cólera.

A pesar de esas objeciones, volvimos, confiando en la locura de Dios y de nuestros amigos. Descubrimos que la providencia de Dios, en coyunturas críticas, son las manos de los pobres. Nunca ese Dios de los pobres nos defraudó. Pues desde entonces, nuestra aventura benedictina tomó un rumbo inédito y nunca imaginado, como se lo contamos más arriba.

Seguimos siendo el más frágil e incierto de todos los monasterios del mundo. Pero ¿acaso no somos, también, el monasterio benedictino más “alto” del mundo? (Chucuito está a 3870 msnm). A esas alturas, se respiran otros aires de Evangelio. Dos frases de pastores insignes del Perú nos sostienen en la confianza: “lo podrán, ya que no poseen lo medios para alcanzarlo” (P. Jorge Álvarez Calderón en 1991) y “Pasando los 3000 m de alturas, el derecho canónico tiene soroche” (Mons. Lucho Dalle, ex Prelado de Ayaviri).