En el transcurso de todos estos años, han ido forjándose, poco a poco, desde la experiencia concreta, algunas convicciones que solemos llamar “no negociables”. A su vez, estas convicciones se van traduciendo en unas opciones de vida, inspiradoras de nuestro estilo y compromiso:
La primera opción, enraizada en la liturgia, la lectio divina, la adoración y una vida de silencio meditativo, apunta a lo que San Pablo llama la oración permanente. Esta vida orante se inspira de la proximidad de la gente que nos rodea, nuestros íconos predilectos. Como nos invita San Benito en su Regla, nuestra vocación contemplativa incluye una vecindad abierta y la hospitalidad permanente. Fieles a la tradición benedictina, nuestros preferidos, sin excluir a nadie, son los más pobres y los “peregrinos”, es decir todos los que buscan un sentido diferente a su vida. En ellos especialmente “recibimos a Cristo”.
A veces, los monasterios son considerados como islas independientes de la dinámica eclesial. En cambio, desde el inicio, la Familia Benedictina de la Resurrección se considera parte de la Iglesia local, diocesana, nacional e universal. El monasterio es un espacio de Iglesia y nuestro ministerio contemplativo un servicio.
Sí, como lo expresamos más arriba, hemos sido engendrados por la Iglesia de los pobres del Perú, especialmente la Iglesia del Surandino, de América Latina y por sus pastores profetas. Sin embargo, queremos ser solidarios de toda la Iglesia, en toda circunstancia y cualquieras sean las variaciones de coyuntura que la afecte. En la Iglesia, nuestro discreto lugar contemplativo siempre será con y desde los pobres.
No es nada indiferente que, en 1992, hayamos respondido a la invitación de los obispos del Surandino para echar raíces en la cultura aymara. El diálogo con la cultura originaria andina y su rica espiritualidad está en el ADN de nuestra comunidad. Y en los años 70, gracias a la amistad del padre Neptalí Liceta y su comunidad indígena de Pirca, y hasta hoy, hemos integrado esta dimensión en nuestra reflexión y oración.
La elección de Chucuito, para nuestra segunda implantación, se entiende en fidelidad a este primer compromiso y se prolonga en una atención prioritaria a la cultura que nos acoge. En esta línea, integramos su bella ritualidad en la cotidianidad de nuestra vida, a ejemplo de nuestros vecinos. Asimismo, propiciamos espacios permanentes de diálogo y compartir respetuoso y fecundo entre fe y cultura andina, en un deseo sincero de descolonización de nuestras mentes.
Vivimos en un mundo, un país y unas regiones (Lima y Puno) muy marcados por la violencia, en todos los espacios de la vida social y privada. Experimentamos cada día la violencia política, social y cultural, la violencia familiar, la trata de personas etc.
Inspirándonos en la gran tradición andina del Buen Vivir y el lema benedictino “Paz”, queremos, desde la modestia de nuestras relaciones comunitarias, experimentar un proceso de conversión permanente a la no-violencia. Buscamos propiciar, en el monasterio primero, en espacio de armonía. Pero, desde nuestros compromisos, proponemos también caminos para vencer la violencia que siempre anida en nosotros, especialmente cuando la vida se siente amenazada.